Amatxi llevaba viviendo más de 92 años, lo que no está mal para

un ser humano. Había llevado una vida cosmopolita y gregaria,

viajando de aquí para allá como una verdadera dama pintada.

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En España, donde creció, emigraba cada verano al norte y en el otoño

regresaba a sus tierras de invernada en Madrid. Pero un buen día, al poco de

haber salido de su crisálida, encontró una pareja muy especial. Extendieron

sus alas juntos y decidieron volar hasta Puerto Rico sin mirar atrás.

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Todo iba bien para Amatxi y su familia en la isla caribeña cuando, al igual

que yo, un desafortunado accidente cambió el curso de su vida. Su querido

compañero sufrió una caída que le causó una grave lesión en la cabeza.